“Veredas que yo pisé…”

Cuando hablamos de mas de medio siglo, parece una eternidad, y realmente son muchos años que llevo recorriendo las calles de mis barrios de Chacarita y Colegiales.

De muy chico remonté barriletes en el “bajo” de Colegiales, cuando en esos parajes se hacían lagunas luego de las lluvias y los adolescentes jugaban con improvisadas balsas construidas con grandes discos de madera abandonados en el lugar.

Visitaba a mis abuelos paternos en la calle Andrés Arguibel (hoy Emilio Ravignani) en un sector de Palermo que denominaban la “quinta Boggini, había que cruzar todo el “potrero”, pues no había calles abiertas, eran dos barrios totalmente aislados. Esa antigua ex playa de maniobras del Ferrocarril, se extendía desde las vías del FFCC Mitre hasta Álvarez Thomas, para llegar entonces había tres opciones, la primera era como lo anticipé cruzando todo ese descampado, ir hasta la calle Charlone a tomar el colectivo 39 y la última tomar el tranvía en la calle Ciudad de la Paz que sorteaba las vías del Mitre por un paso elevado, un antiguo puente metálico que hoy aún perdura pero acondicionado para el tránsito de automotores, lógicamente que el preferido cuando el factor climático lo permitía era atravesar el campito.

Años más tarde, ya siendo alumno de la escuelita de Conde, jugábamos al futbol en el patio de la Parroquia San Pablo, para aquel entonces ya vivía frente a la misma. ¡Ah! eso si para poder jugar debíamos ayudar  al cura en la celebración de la misa, o sea oficiar de monaguillos, tarea que nos dividíamos y cada uno tenía un día asignado. Para aquella época la misa se brindaba de espalda a los fieles y en latín. No podré olvidar jamás aquellas frases como “Ora Pro nobis”, “Stun spiritu tuo”, “ite misa es”, “oremus”, etc., etc. que no se si estarán bien escritas pero así sonaban fonéticamente y realmente no tenía idea de su significado.

Terminado el primario con hermosos y perdurables recuerdos, y con compañeros que aún sigo frecuentando, vino entonces la etapa del secundario con las aventuras de adolescentes, bailes, asaltos, los cumpleaños de quince y mi novia de toda la vida, “la vecina de la vuelta”, mi compañera desde aquella temprana juventud.

Formamos un equipo de barrio, el “Sparta Futbol Club” en el despacho de bebidas de los hermanos Vidal (que buena gente) en la esquina de Charlone y Teodoro García, lástima, no prosperó, pero fueron momentos muy alegres.

Luego vino la etapa universitaria y el servicio militar con sus interminables anécdotas, que hoy uno las recuerda con una sonrisa, pero que la sufrimos en ese momento o mejor sería decir la padecimos por aquel absurdo autoritarismo, falta de libertad a la que estaba acostumbrado, y por sobre todas las cosas ¡que año desperdiciado en nuestras vidas!, tuvimos que esperar aquella muerte injusta para poder exclamar ¡ gracias a Dios, nuestros hijos no fueron  o serán victimas de tantas injusticias.

Siempre seguí ligado al barrio, algunos años como dirigente del club “Fénix”, club que de alguna manera resumía los lugares que transitaba, así en una oportunidad escribí “Fenix, un club tres barrios”, pues nació en Palermo,  tuvo su estadio en Colegiales y su sede en Chacarita.

Años más tarde me incorporo a la Comisión de Asociados del Banco Credicoop, donde actualmente continúo la militancia social como Consejero Administrador, lógicamente en la Filial Colegiales.

Para ponerle una frutillita al postre, un viejo y querido maestro me motiva a participar en la Junta de Estudios Históricos que había fundado recientemente, hoy por una iniciativa de la Comisión que en su momento presidí, resolvimos homenajear a aquel maestro con su nombre, claro no podía ser otro que Diego Amado del Pino, un docente de aquellos, con el que tuve la suerte de compartir distintas etapas de mi vida, desde decirle “señor” al cariñoso “ ché, Diego”en sus últimos años.

En la Junta fui recogiendo y acumulando información, más información y más lectura.

Aquellas historias de “Juvenilia”, los libros del maestro Diego, las publicaciones de Emilio Zamboni, del profesor Horacio Ramos, de Jorge Boullosa y de tantos otros que seguramente me perdonarán por no nombrarlos.

Fue esta también una manera virtual de recorrer mi barrio desde sus orígenes. Desde los lejanos tiempos de los padres Jesuitas y los alumnos del Buenos Aires, hasta épocas más recientes.

Tuve la suerte de participar junto a los compañeros de la Junta en la propuesta para establecer la fecha conmemorativa de nuestros barrios, 28 de Junio para Chacarita y 21 de Setiembre para Colegiales, con mucho orgullo tuvimos la aprobación de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Años más tarde tuvimos la tarea de presentar un proyecto sobre los emblemas barriales, y allí también nuestra idea prosperó en los centros comunales 13 y 15, y hoy esos escudos están presentes en lugares emblemáticos de nuestra “Patria Chica”.

Todo aquello es parte de la historia, de mi historia y del profundo apego que tengo de mi barrio. Historia que tuvo aquel pasado, que se conjuga con este pujante presente.

Hoy su fisonomía está cambiando, aquellas casas bajas están mutando por grandes torres de departamentos, hasta la vieja estación Colegiales cambia su paisaje con el túnel (de próxima inauguración) que elimina su paso a nivel.

En Chacarita, una nueva plaza seca también alteró el paisaje frente al Cementerio y la estación del FFCC Urquiza. En la actualidad hay un proyecto para denominarla “Voluntarios, héroes de la Reconquista”. Claro, muchos se preguntarán el porqué de ese nombre y ese homenaje, la respuesta es que en estas tierras se fueron reagrupando gauchos y paisanos que se sumaron a las tropas de Santiago de Liniers.

Muy cerquita, en la intersección de Corrientes, Jorge Newbery y Avenida Forest un monolito, el hito Nº10, recuerda aquel acontecimiento que fue coronado con una misa de campaña celebrada por el padre Larrañaga, fue un 10 de Agosto de 1806 y dos días después reconquistaban la plaza de Buenos Aires, invadida y ocupada por fuerzas británicas.

Si, es cierto, nuestras calles y avenidas están cambiando, hoy cuando la recorro me encuentro día a día con algo nuevo, tal vez más modernidad, tal vez el flagelo de la pobreza. Ese desequilibrio de nuestra sociedad también está reflejado en nuestra zona. Esa terrible etapa neoliberal dejó sus huellas, esa injusta distribución de la riqueza hace convivir lujosos edificios con un asentamiento precario, que siguió creciendo sin pausa, asentamiento que crece día a día en terrenos del FFCC Urquiza. Comenzó con desocupados que dormían en vagones abandonados y hoy encontramos edificaciones de varios pisos. Para ubicarnos geográficamente se extiende desde la calle Teodoro García hasta aproximadamente Zabala, a lo largo de la calle Fraga. Son las dos caras con las que convivimos, la parte próspera y la otra, producto de la desocupación y del estado ausente durante años,

Es cierto que deambulamos por nuestras calles viendo edificios, comercios, departiendo con amigos y vecinos, pero también nos encontramos con plazoletas nuevas, con nombres que para muchos no digan nada, pero que en el caso de la plazoleta de avenida Forest y Teodoro García, allí, frente a la entrada del asentamiento ante mencionado, recuerda a Roberto Santoro.

Santoro fue un poeta de nuestro barrio, creció y estudió en la escuela “Cabildo de Buenos Aires”, en la avenida Federico Lacroze al 3800. Redactor y fundador de la revista “Barrilete”, cofundador del grupo “Gente de Buenos Aires”, pero por sobre todo un luchador ante las injusticias que vivía y percibía a su alrededor. Un intelectual que amó a la gente y quiso siempre un mundo mejor. Un 1º de Junio de 1977 fue secuestrado y hoy es desaparecido más. Claramente es un pequeño homenaje a un ser humano que debe quedar en nuestro recuerdo.

Como les decía anteriormente, seguimos caminando y nos encontramos con huellas de un pasado reciente que marcó por siempre a nuestra sociedad.

En este imaginario recorrido me paro frente a mi escuelita de Conde, que cuando yo terminaba el primario fue bautizada “Gran Mariscal del Perú Ramón Castilla” y hasta recuerdo el acto con el embajador del país hermano. Hoy, y desde hace algunos años, los alumnos la llaman la escuela de “los lápices” por el colorido diseño de su frente.

Miramos su frente, cambiado en sus colores pero intacto en su estructura como cuando la dejé a principio de los `60.

Pero en su vereda vemos algo que no estaba por aquellos años, baldosas con nombres, nombres de alumnos que estudiaron en sus aulas, jugaron en sus patios durante los recreos.

Vemos varias baldosas y me quiero detener en sus nombres para evocarlos y queden en nuestros recuerdos, como símbolo de una época que deseo no vuelva a repetirse en nuestra Argentina.

Como les decía son nombres y apellidos, de algunos que conocí en mi infancia pero que hoy también forman parte de nuestra historia barrial.

Todos fueron desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar que padeció nuestra sociedad. Aquí me detengo y paso a leer: Jorge Daniel Argente, estudió en 1968 y desapareció un  17/7/76. Marcelo Weisz, estudió en 1964 y desapareció un 10/6/78. Enrique Sánchez estudió en 1968 y desapareció un 10/6/76. Rubén Raúl Medina pasó por sus aulas en 1965 y desapareció el 2/3/77. Rubén M. Rodríguez estudió en 1965 y fue desaparecido un 28/3/77. José Victorio Caruso estudió en 1965 y fue secuestrado un 29/3/76.

Son tan sólo seis baldosas que colocó la “Comisión x la Memoria”, un homenaje, una evocación y un justo recuerdo a aquellos compañeros víctimas de la incomprensión, la intolerancia de una  época de total impunidad y autoritarismo.

Les decía en un principio, que en mis caminatas fui encontrando nuevos hitos, y ahora quiero detenerme en otra baldosa, otra historia pero con un mismo final, aquella figura se dijo llamar “Desaparecido”, como que nunca hubiese existido, como si se hubiese esfumado, como si el simple hecho de pensar distinto fuese motivo suficiente para borrarlo de la sociedad.

La placa conmemorativa a la que les hago referencia es la dedicada a Damián Cabandié y a Alicia Alfonsín. Esa placa está en la vereda del Club Colegiales, en Teodoro García al 2800, a metros de la estación.

Damián era un militante barrial y Alicia una joven de 16 años que jugaba al básquet en el club, para muchos la que marcaba la diferencia en el equipo juvenil de Colegiales.

El Social y Deportivo Colegiales, fue siempre un club de gran inserción social y sigue siendo un ejemplo de coherencia por el trabajo, honestidad y vocación de servicio de sus dirigentes a través de toda su historia.

En aquellos años se había formado un grupo de teatro, al cual Damián comenzó a frecuentar, allí conoce a Alicia y a partir de ese momento inician una relación de pareja hasta el día de sus secuestros. Primero fue Damián, luego Alicia, a ninguno los volvimos a ver, se los llevaron de su casa a ambos, pero Alicia llevaba en su vientre el fruto del amor, el pequeño Juan, un niño que vivió entre apropiadores y hoy a recuperado su identidad, si, estoy hablando de Juan Cabandié, un joven que lleva en sus genes el legado de sus padres, la militancia social.

Hace algunos años leí un libro llamado “La otra Juvenilia”, allí se narraban las tristes experiencias de secuestros y desapariciones de alumnos en el Nacional de Buenos Aires. En la obra del tristemente célebre Miguel Cané, que además de su obra literaria lo debemos recordar por la nefasta ley 4144 llamada ley de Residencia. Cané, hablaba y recordaba anécdotas juveniles que transcurrieron durante las vacaciones escolares en la Chacarita de los Colegiales. Fueron recuerdos alegres de una generación privilegiada para aquellos años. En la obra de Santiago Garaño y Wernet Pertot, se hace hincapié en la otra historia, la historia de la militancia y represión entre 1971 y 1983, historia más reciente pero que también dejó marcada a nuestra sociedad.

Me detuve en algunas baldosas, hay muchas más, hay además otros nombres que no figuran en las calles pero quisiera recordarlos, tal vez cuando caminemos no los veamos pero seguirán en mi recuerdo.

Quisiera dejar como corolario, que también existió en nuestros barrios “otra Juvenilia” marcada por el horror, una historia que no debemos olvidar, que aunque nos duela y algunos quizás prefieran mirar hacia otro lado, es parte de una época que nos marcó para siempre.

Ojala que esas placas, que esa baldosas, no sean solo eso, una baldosa más en nuestra historia sino un llamado de atención, un punto de reflexión, una flecha que indique nuestro rumbo, una senda que nos debe llevar a algo que al menos yo aspiro “una sociedad mas equitativa, justa y solidaria”.

Podría haber comentado muchísimas otras historias de vida, muchísimos recuerdo y anécdotas, pero cuando decidí redactar estas líneas no quise solamente enfocarme en la vieja y tantas veces comentada historia de los jesuitas, del Cementerio del Oeste, del tranvía Lacroze, porque tenía en mi caminata otra historia mas reciente, no tan comentada pero que íntimamente tenía la necesidad de compartirla con Uds.

Buenos Aires, Setiembre de 2013, Héctor Osvaldo Messina

Junta de Estudios Históricos de los barrios de Chacarita y Colegiales

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