Como un mapa necesario a la hora de emprender un viaje, en el que algunas personas funcionan como brújula y también aparecen culturas antiguas como Egipto, ofrece con «Resurreciones» un poemario que contiene una serie de indagaciones sobre la creación artística, la infancia y la posibilidad de refugiarse en la poesía en tiempos de desesperanza.
Periodista, conductor y escritor. Licenciado en Comunicación Social, lleva 12 años en el campo de los medios masivos. Se lo puede encontrar conduciendo diversos programas de radio y televisión, incluyendo un ciclo dedicado a la literatura. En este universo periodístico, la poesía resultó un acontecimiento.
Durante una entrevista a Télam, cuenta: «Nunca busqué escribir poesía, me aconteció. Estaba preparando una columna radial en el año 2002, escuché ‘Oración del remanso’ y me bajó un poema entero».
El aquel entonces incipiente poeta no podía creerlo. «Siempre me había parecido un terreno inaccesible la escritura poética y nunca me había planteado escribir poesía seriamente», confiesa pero, sin embargo, desde entonces escribe. Al día de hoy, lleva publicados «Los rostros del fuego» (2013), «Umbral» (2015) y «La lengua del silencio» (2016).
«Resurrecciones», que acaba de lanzar el sello especializado en el género, Ediciones en Danza, está segmentado en seis capítulos en el que cada uno supone un renacer diferente: «El agua del Nilo», «Auvers sur Oise», «En la niebla», «Chez moi», «Fantasmagorías» y «Otras orillas».
En su conjunto, los poemas proponen un viaje por los misterios de Egipto (que se anticipa en la tapa del libro, con una foto que sacó el propio autor), pasando por la emblemática figura de Van Gogh, hasta un avistaje por los recuerdos de la infancia para intentar comprender las lecturas que nos configuran y cómo la palabra poética puede ganarle a la opresión y liberarnos.
-Télam: ¿Cómo apareció Egipto en el poemario?
-M.L: Tuve la oportunidad de viajar. Hay uno de los poemas en el que digo que es algo que soñé desde la infancia. Desde chico tuve una especie de fascinación onírica con Egipto. De hecho, a los 15 años en un verano intenté escribir una novela sobre Tutankamón. Compré libros, tenía los mapas para pensar el camino en el Valle de los Reyes. Quedó ahí pero siempre hubo algo en torno al misterio, no solamente sobre cómo se habían podido conformar las pirámides sino sobre la vida, la muerte, y un montón de cosas que cuando pude estar ahí empecé a tantear. Entender no se entiende nunca de qué se trata todo eso. De hecho, la tapa del libro es una foto que saqué yo adentro de una pirámide. Estar ahí, escalar, y ver todo eso te obliga a entender la pequeñez humana y, a la vez, ver que con la pequeñez humana se puede hacer algo que acontezca.
No sé cuanto de lo que sentí pude trasladar en los poemas, pero sí hay una propuesta en el libro de un viaje que busca llevarte a situaciones como lector, como lectora, en cuanto a lo que significa, en un tiempo donde estamos muy dominados por la tecnología, por el multitasking, por tener cuatro trabajos para poder vivir más o menos bien, que la resurrección es una búsqueda de despertar. Y eso implica un viaje y una lucha porque todo está diseñado para que uno este metido dentro del celular, productivo, activo, generando contenido. Creo que es un problema que muchos de los que vivimos en la ciudad tenemos hoy.
-T: ¿Qué se hace con el ocio cuando a la mínima distracción vamos al celular?
-M.L: El ocio como una forma creativa de hacer algo que empodere (ya que la palabra está de moda). Ese empoderamiento que te genera cruzarte con formas del arte y del conocimiento. Todo esto no lo pensé cuando escribí el libro, escribí poemas que se fueron transformando en un libro y un poco con los comentarios que hicieron Paula Jiménez España, Eduardo Mileo, Susana Villalba en la presentación, pude tomar perspectiva. Eso muy difícil, yo lo entiendo con el tiempo. La mirada de los otros ilumina aspectos que vos mismo no podes vislumbrar y detectar.
-T: Uno de los poemas dice: «pero hay/ -digámoslo- / la duda de saber si esto fue escrito/ por alguien que nos diseñó/ en cada gesto / en cada rebeldía». ¿Es una pregunta por la creación?
-M.L: Es sobre cuan autor es uno mismo de lo que escribe. No solamente porque uno está reconfigurando lecturas cuando escribe sino porque básicamente creer que uno es autor total es casi un ejercicio de pedantería. Además, no me gusta negar el misterio, me gusta reconocerlo y aceptar eso como algo que es parte de la misma creación. Siempre es misterioso cómo se conforma el poema. Uno esta constituido por las lecturas, por otras formas del arte que uno va procesando incluso inconscientemente, y después por la experiencia, la emoción, la intuición, la iluminación y todas esas cuestiones que aparecen y se yuxtaponen. En ese estallido, nace algo.
-T: Un poema versa sobre Van Gogh, ¿por qué decidiste retomar su figura?
-M.L: Lo que me pasa con el arte plástico tiene que ver con que yo recorro museos acá o donde sea y hay obras que me generan una emoción casi física. Con Van Gogh me pasó con «Campos de trigo después de la lluvia». Esa obra la vi en el Museo Van Gogh en un derrotero de obras y me generó una conexión, me interpeló. Esa obra me acompañó: busqué la lámina, traté de tener una reproducción y sentirme cerca de algo que me generó una emoción y tratar de develar por qué. En una época se podía viajar mucho más y fui a conocer donde él murió. Pude indagar un poco sobre esa figura tan particular que en esa soledad atroz, sin elementos lógicos para un pintor, y expresa todo desde ese tormento.
-T: ¿Cómo trabajas los poemas? Por momento parece que vas tirando pequeñas pistas sobre lo que se está hablando hasta que se completa finalmente la imagen.
-M.L: La poesía trabaja mucho sobre lo que sugiere y no sobre lo explícito. Me parece que dar tantos datos al poema lo perjudica, lo hace muy literal. Que haya ambivalencia, que haya sugerencia en el poema y que no haya una cuestión tan explícita, le da al poema más riqueza.
-T: ¿Te preocupa poder resultar muy críptico?
-M.L: Creo que no soy críptico, que navego entre sugerir y que se entienda. Me parece que no es algo tan difícil pero es necesario. Creo que ser totalmente críptico es expulsivo y la poesía no tiene que cerrar puertas, sino abrir. Sí creo que hacer una poesía demasiado pedestre, y demasiado basada en una cotidianidad si no hay un poeta de verdad, se cae a pedazos. No por contar que uno fue a comer con la exnovia y se separó hay un hecho poético. Es medio misterioso donde está la poesía y también es subjetivo. Pero, en definitiva, ahí hay algo del orden de lo indecible. ¿Qué es la poesía? Es un montón de cosas pero, cuando uno la lee, sabe que está ahí. Es inclasificable y a la vez es clara cuando aparece.
-T: Esto me lleva a tu poema «aquel auto hundiéndose en el campo», en el que hablás sobre los «lugares comunes». ¿De qué se tratan?¿Qué te pasa cuando los encontrás en la poesía?
-M.L: Los lugares comunes son algo que uno debe evitar, los clichés, las metáforas más obvias. Esos son riesgos para la poesía. Lo que sucede en ese poema es que trata sobre una persona enamorada que sabe que se está terminando esa relación entonces ya no le importa nada. Es un poema sobre lo no dicho.
-T: Sobre todo en «Chez moi» muchos versos trabajan esa tensión entre lo que se dice y lo que se calla. ¿Por qué?
-M.L: Son poemas que tienen que ver con el bullying que atravesé de chico y que tienen que ver con la violencia que los chicos y las chicas reciben como marcas que te determinan y definen. El poema habla por sí solo, yo no tengo que dar una explicación. Ahí se trabaja sobre la imposición de no hablar, de no decir. Algo que quizás para generaciones más nuevas sea algo menos frecuente, para mi generación y para las anteriores, era habitual que los chicos se callen. En un poema de esos digo que «canto y lloro en un mismo gesto porque para eso vine». La poesía tiene ese poder que a veces puede ser reparador.
En un tiempo en el cual se revisan mucho las cosas traumáticas como sociedad que han pasado, me parece que hablar de eso cuando formó parte del entorno familiar, no solo del académico, es una convicción el haber sobrevivido. Cuando leo ese poema me dan intimas ganas de llorar, y es así. Y eso que no soy de llorar.
-T: ¿Hay algo muy sensible ahí todavía, como si quedara expuesta la herida?
-M.L: Sí.
Por: Leila Torres