El Patrimonio Cultural que se esconde en La Ciudad

A metros del Obelisco, en pleno centro porteño, se esconde uno de los secretos arquitectónicos de Buenos Aires, el denominado «chalecito de la Avenida 9 de Julio», un espacio que atesora una legendaria historia de inmigración y trabajo. Cuando se ingresa por el subsuelo del edificio de nueve pisos, el ascensor se detiene en su terraza y da paso a un chalet estilo «marplatense» construido en 1926.
Una vez que se transpone la puerta, en el primer cuarto pintado de rojo se exhiben los planos enmarcados del edificio y una chapa de metal en la que puede leerse «Mueblería y tapicería. Casa de confianza. Fundada en 1887» acompañada de una fotografía de un joven vestido de traje.El personaje retratado es Rafael Díaz, un inmigrante español que fundó «Muebles Díaz», un comercio que ocupaba los nueve pisos del edificio y años más tarde, sobre la cima del predio, construyó el «chalecito histórico». Con 200 metros cuadrados, estilo Normando francés que tanto se podía apreciar en la arquitectura marplatense, tiene una planta baja, primer piso y altillo.

Siego Sethson, uno de sus bisnietos, realizador de cine y tv, contó que Díaz era fanático de Mar del Plata y copió tal cual un chalet de esa ciudad, para poder «descansar y hacer una siesta» en el último piso de su mueblería en los intervalos de sus jornadas laborales, ya que vivía en Banfield y en esa época tardaba demasiado para llegar a su casa.

Sethson relata, «El chalet era una casa donde podía compartir con sus cinco hijos y no perder la convivencia familiar». La familia de Díaz, por su parte, llegó al país en 1886, huyendo de la miseria en Europa, y con 14 años Rafael comenzó a trabajar en un comercio de telas durante unos 20 años.

«No tenía donde dormir, se recostaba arriba de un mostrador, y cuando el local cerraba a las 20 horas lo encerraban con llave», señaló su bisnieto, quien contó que Díaz peleaba con su empleador por esa situación ya que si se llegaba a producir un incendio, «él y su madre podían morir quemados».

Con el tiempo, el hombre llegó a gerenciar empresas de renombre, pasó a trabajar en una mueblería que triplicó casi su ganancia en un año y fue entonces cuando empezó a ver que podría poner la suya, ya que «decía que sabía lo que necesitaba la gente» aseguró Sethson.

El nieto cree entendió cómo ayudar a amueblar la casa, preguntándole al cliente de qué color tenía sus paredes, como estaba compuesta la familia, «conocía tu casa y te llevaba los muebles en carreta», indicó. Fue luego que que aprovechó su chalet y colocó un cartel con la leyenda «Mueblería Díaz».

Díaz pudo ver cómo se edificó el Obelisco en 1936 y se fue transformando la zona con el ensanchamiento de la avenida 9 de julio en 1937. La mueblería cerró en 1985 y desde ese momento la familia alquiló el edificio para oficinas, pero con la pandemia del Covid-19 y el advenimiento del teletrabajo los locales se vaciaron y actualmente está desocupado el 60% del edificio.

En un recorrido por el «chalecito» de techo de tejas se pueden observar muebles de estilo inglés de los años 80, las máquinas de escribir con las que se hacían los contratos y la silla mecedora de la esposa de Díaz.

El lugar conserva sus pisos originales de pinotea, las arañas de casi medio siglo y a través de las ventanas de sus cinco habitaciones puede verse el Palacio Barolo, la cúpula del Congreso y la imagen de Eva Perón del edificio del Ministerio de Obras Públicas. La terraza permite tener una panorámica de toda la ciudad y el Obelisco aparece casi al alcance de la mano.

Respecto al techo, este fue hecho a dos aguas con una marcada inclinación y sus paredes externas color crema permanecen intactas al paso del tiempo, ya que en 2014 el inmueble fue declarado patrimonio cultural de la Ciudad de Buenos Aires, y por eso su fachada no puede ser modificada.

Por eso, en los últimos años, la ciudad de Buenos Aires cambió abruptamente, pero el chalecito sigue intacto. A través de una campaña en redes sociales, la familia de Díaz busca ahora conectarse con antiguos clientes para recomponer la historia del lugar.

«Los muebles llevan pegados una etiqueta en alguna puerta, abajo o atrás, que dan cuenta que son de su marca e indicaban cuánto era el capital de la empresa de ese momento», explicó Sethson para dar pistas a quienes aún pueden conservar algo adquirido allí.

Entre mensajes y fotos de muebles de más de 70 años, llegó a manos del cineasta que prepara un documental de su bisabuelo la historia de un joven. «Mi abuelo era el que le hacía los muebles a tu bisabuelo, cuando se nos quemó el taller no dudó en prestarnos la plata para que sigamos trabajando», decía el mensaje.

Diego considera que «como esa, debe haber otras historias», que está buscando encontrar, y cree que relatos como el del joven impulsaron quizás el dicho que su bisabuelo «merecía una casita en el cielo». Es por eso que la intención de la familia es poder transformar el lugar en un polo cultural, «donde la gente pueda venir a disfrutar la vista» aseguró Diego, quien espera «escuchar inversores y propuestas».

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