Ernesto Barragán, un futbolista del Barrio Colegiales que llegó muy lejos

Ernesto Barragán exclama “¡hoy no encontrás un potrero hermano!. Vivía enfrente del Club Honor y Patria. Después de comer nos juntábamos todos ahí”. Lo dice en una charla de fútbol que mantuvo con La Voz del Pueblo, junto a su hijo Gustavo.

Ambos lograron títulos en clubes que integraron, formaron parte de la selección de Tres Arroyos y ante todo, conocieron personas que valoran especialmente. La amistad que genera el deporte, la oportunidad de compartir tantas experiencias con compañeros, parte de la vida.

El padre de Ernesto se llamaba Armando y llegó desde Las Flores, para trabajar en la cosecha, junto a otros cuatro hermanos. Su madre Rosa Luna, era de Cascallares. Se conocieron, formaron una familia y tuvieron ocho hijos, cuatro varones y cuatro mujeres. Ernesto es el séptimo.

Nací en el Barrio de Colegiales. Nuestra casa estaba en calle Ayacucho, a 80 metros de la cancha. En las manzanas ubicadas detrás del predio del club no había prácticamente nada, solamente una casa”, recuerda.
En la descripción de otros tiempos, da un ejemplo: “cortaban el pasto con una máquina de empuje”. Entre quienes se desempeñaban en Colegiales, menciona a “Cacho Rodríguez, que trabajaba en el Banco Nación, y un técnico que vino de Olavarría, Fredes, que era ferroviario. Aprendimos mucho con Fredes en las inferiores”.
Lo ficharon en la institución a los once años. “Empecé de delantero en la Sexta División, después pasé a jugar de defensor. Salimos campeones invictos en 1958, segundo El Nacional también invicto y tercero Huracán”, señala.
Los sábados formaba parte de la Quinta División, en la defensa, y los domingos integraba en plantel de Tercera, como delantero.
Hace un análisis del fútbol y considera que “el corazón de cualquier equipo es el mediocampo. Es necesario tener un cinco patrón. El diez siempre fue el más hábil, quien mejor le pega, y el ocho cumpliendo su función en la derecha”.
Con énfasis, dice “¡tuve cada jugador de compañero en Colegiales!. 
Venían muchos de afuera en aquella época y acá lo teníamos al Loco Colantonio y Galucci, hacían locuras con la pelota”.
Debutó en Primera en 1960, a los 17 años. “Teníamos un cinco de aquellos. El Japonés Néstor Ortiz, bueno, bueno”, puntualiza. Lo convocaron ante la expulsión del 4 titular, Oscar Flores. “El venía de la tercera de Estudiantes. Lo expulsaron y le dieron cuatro partidos -afirma-. Huracán tenía un 9, Di Loreto, que trajo de Parque Patricios. Ya se conocían de Buenos Aires, en un cruce Flores fue fuerte y le sacaron la tarjeta roja”.
Un integrante de la comisión fue al entrenamiento de inferiores para hablar con el técnico Fredes, “para ver si yo quería jugar en Primera, la verdad era lo que más quería. Debuté en la cancha de Colegiales contra Rivadavia de Aparicio, ganamos 3-0 y los tres goles los hizo Coco Durante”.

Flores cumplió las fechas de suspensión, pero Ernesto siguió como titular. Destaca que “Colegiales tenía un equipo armado. Estaban entre otros el Flaco Ibarra al arco; el Vasco Muñoz y Hugo Di Croce; Flores, yo; Juan Gallo, Nono De la Canal, Coco Durante, el Negro Rivas, Mojarra Sánchez”.

Realizó el servicio militar en Punta Alta y los fines de semana venía a jugar. “Di Nezio, presidente de Colegiales, fue a hablar al Estado Mayor. Le dijeron que si era un buen conscripto no había problemas. Me dieron permiso. Todos los sábados tomaba el micro Pampa a la una y en la madrugada del domingo volvía”, indica.
 Formó parte del equipo en los campeonatos que Colegiales logró en 1964 y 1966. Podría haber sido un tricampeonato, pero “en 1965 nos sacaron seis puntos. En esa época los clubes de acá podían traer jugadores de la Liga de Tres Arroyos, Oriente ya no porque pertenecía a Dorrego. Y Pablo Bahía, quien jugó dos partidos que ganamos, era de Oriente, más allá de un cambio de domicilio en Copetonas. Huracán protestó, nos sacaron seis puntos y salió campeón ese año, creo que con cinco puntos de diferencia sobre nosotros”.
Entre los jugadores del plantel campeón en 1966 estaban Macías, Guillén, Alarcón, Di Croce, Escur, Muñoz, Ordoñez, Fritz, Castera, Oudokián, Ozán e Iturbide. El técnico era Escur, quien también jugaba, y el masajista Escapa.
Al hablar de sus compañeros, Ernesto se refiere además a “Tarula Vázquez, jugó conmigo. Un gran goleador”.
Luego estuvo tres años en Deportivo Independencia, de Adolfo Gonzales Chaves. Comenta que “fuimos cinco. El Colorado Iturbide, el Paisano Camino, Escur, el Gringo Sofía y yo”.
Su siguiente club fue Argentino, a comienzos de la década del ’70. Relata que “los dos más viejos éramos el Peludo Arámbulo y yo. Como técnico estaba Serafini, me fue a buscar con el presidente Chedrese. Cuando salíamos a la cancha me decía ‘Arréglate vos con el equipo’. Había muchos pibes ¡Lo que corrían y metían!. El ocho era de afuera, el Indio Molina. El 11 era Roberto Barrionuevo, el 10 Lozano, el 9 Dumrauf y el 7 Staniscia. Estaban Morresi, Barci, Ricardo Barrionuevo, Osvaldo Sosa empezó después, Rana Robledo”. De ese período, cuenta que “perdimos por un punto con Huracán. Hicimos muy buena campaña”.
Pasó a la liga de Coronel Dorrego. Jugó en Rivadavia de Aparicio, en Progreso de Guisasola y en San Martín de Dorrego. Sobre San Martín, menciona que “el presidente nos venía a buscar en una cupé Torino blanca. Fuimos el Laucha Pedone, Conejo Cucchi y yo”.
Es derecho, aunque le pegaba con las dos piernas. “Siempre me gustaba gambetear”, dice y comparte una anécdota. “En la selección de Tres Arroyos nos agarraba el técnico Lorenzo Ceballos a Adolfo Luna y a mí, nos decía ‘¡por favor! No gambeteen dentro del área”.
Al evaluar su paso por la selección, considera que “tuve suerte. Cuando viajaban los mayores, llevaban dos juveniles, nos tocó a Hugo Marconi, quien era el cinco de Villa, y a mí. Nos llevaban para que fuéramos aprendiendo. Anduve por Tapalqué, Roque Pérez, Las Flores, Mar del Plata, Balcarce, Necochea, Tandil, Dorrego, Punta Alta, Bahía Blanca. En el estadio Carminatti, de Olimpo de Bahía Blanca, perdimos 1 a 0; además jugamos en la cancha de Rosario Puerto Belgrano, en Punta Alta, no tenía césped”.
En esos tiempos se disputaba la Copa Beccar Varela a nivel selecciones. “El mejor arquero que tuve yo representando a Tres Arroyos fue el Negro Granero. Hubo muchas definiciones por penales”, observa.
En la entrevista, Ernesto recuerda con afecto al doctor Orfel Fontán. “Tengo muy presente cuando jugaba en Argentino, gambeteaba. Hizo una tarde un gol de chilena. Fue mi médico de cabecera, el de mi madre, mi hermana. Me operó dos veces la pierna. Era buen médico y no me cobraba, yo iba por el gremio metalúrgico. Lo llamabas y te visitaba en tu casa”, subraya.
Como parte de las experiencias en el fútbol comercial, Ernesto fue el capitán del equipo de La Voz del Pueblo. Cuenta que “nos pagaban. Estaba Tolosa también, quien era empleado del diario. Compraron toda la indumentaria blanca. Perdimos la final creo que con Acería del Sur”.
Con el primer pago que recibió en el fútbol en Colegiales, se compró “una motito Legnano. Siempre tuve la suerte de cobrar”.
Reflexiona finalmente que “si te gusta una cosa la vas a aprender bien, de lo contrario dejála. La pelota era el chiche que siempre quise tener. A mí me la trajeron los Reyes Magos, una de goma, la usábamos para la cabezas y teníamos otra de trapo”.
Gustavo Barragán es uno de los tres hijos de Ernesto. Al igual que su padre, durante muchos años integró clubes de Tres Arroyos y la región.
“Comencé en Olimpo, hice toda la Séptima División y primer año de Sexta de nueve. En Séptima salí goleador, después estuve en el seleccionado juvenil. En Sexta estaba Martín Ozán y pidió jugadores, llevaron delanteros. A mí me ubicó en la defensa, de tres. ¡Uno con tal de jugar!
Debutó en Segunda División a los 16 años, con Roque D’Annunzio de técnico. “Yo era un pibe, mis compañeros me cuidaban”, valora. En 1990, Olimpo logró el ascenso, en lo que fue su primer título en el primer equipo del club. “Estaba plagado de figuras. Cabral, Escur, Cortés, Beigbeder, Tilger, entre otros. El Loquillo Hidalgo -agrega- era un terrible jugador”.
Expresa que “para mí todo ese año fue un orgullo, el pibe del club. El único que no era pago. Roque D’Annunzio me agarró a solas un entrenamiento y me dijo ‘voy a hacer a fin de año que te den un premio’. Habló y me lo dieron”.
Olimpo al año siguiente estaba en Primera, llevó muchos refuerzos, pero no le fue bien y descendió. Volvió a ascender en 1992, con Horacio Domínguez como técnico.
En 1993, Gustavo se incorporó a Once Corazones de Indio Rico. “Fue Omar ‘Califa’ Calafate y me dijo si quería también ir -manifiesta-. Me tocó, gracias a Dios, ascender. Un equipo bárbaro ¡unos compañeros!. Yo era el volante por izquierda, hacía el trabajo sucio. Trataba de borrar al diez rival. El técnico era Castro, de Necochea. En 1994, jugué en Primera con Once, me dirigió Raúl Rodríguez. La verdad, una institución admirable”.
Al año siguiente volvió a Olimpo. De ese período, un título muy especial es el Torneo Preparación logrado en abril de 1995 ante Huracán, en cancha de Quilmes.
“Para ese partido Huracán hizo debutar a Silvio Peinado, Ceferino Díaz y Julio Del Negro. Estaban Franklin Martínez, Palito Espinosa, Guillermo Sauce, Claudio García, Godoy, Ascorti, el técnico era Barberón”, enumera. Fue expulsado Vega en Olimpo y todo parecía terminado, cuando Huracán ganaba 4 a 2 en el tiempo suplementario; “empezó a ir Peteque Luna al ataque, pudimos descontar y empatar. Ganamos por penales, el último lo hizo el Colorado Bustos”, sostiene.
En 1996 tuvo la oportunidad de sumarse a Colegiales, pero no pudo ser. “Fui a entrenar. Tenían interés en que juegue y yo quería ir porque sé que mi viejo es fanático. Puse la cara en Olimpo y pidieron una cantidad de botines muy grande, en ese momento los pases no se hacían por plata habitualmente. Di Nardo y Sola, que integraban la comisión de Colegiales, me dijeron que podían poner la mitad. Estaba Jeanneret en Olimpo y me respondió que no. Decidí quedarme dos años libre, me dediqué a jugar en la Liga Comercial”, argumenta.
Ya con el pase en su mano, durante dos años integró Alem de Coronel Pringles. “Participábamos en el Torneo Interligas, que era muy competitivo. Lástima que nunca pasamos cuando nos tocaban los equipos de Bahía Blanca. Yo era el único de Tres Arroyos que jugaba todo el año en el club, me pagaban. Me pidieron que los contacte con refuerzos para el Interligas, llevé a Pato Schmidt, Guillermo Sauce, Peteque Luna, al Negro Moreno, Fernando Ozcáriz y al Toro Vega”, señala.
En los amistosos ganaron varios partidos, hasta que enfrentaron a Huracán: “El primer tiempo perdíamos 8 a 1, no sabíamos a quién marcar. Huracán te metía un equipo en el primer tiempo y otro en el segundo, nosotros éramos los mismos. Me acuerdo de Areza, en una pelota dividida me metió el cuerpo y me tiró contra el alambrado, tenía mucho trabajo físico”.
Posteriormente, durante dos años jugó en Independiente de Coronel Pringles.
Hubo otro regreso a Olimpo. “Hugo Domínguez me vino a ver personalmente. Me tocó tener a Pela Di Luca de técnico, a Cacho Córdoba y Pato Alarcón como compañeros. Y en 2002 se armó un muy buen equipo con Viana Beledo de técnico, estaba Rodrigo Gastelú al arco y Tapón Morán, por nombrar dos jugadores. No tuvimos la suerte de ascender, perdimos con Echegoyen que ese año consiguió el ascenso”, comenta sobre lo que fue su última temporada en la liga de fútbol.
Le quedó “la espina” de no haber vestido la camiseta de Colegiales. 
Habla de Ricardo García Blanco, “otro técnico que en la selección de Tres Arroyos me enseñó mucho. No solamente a mí, a todos. Se tomaba el tiempo para explicarte cómo marcar, cómo pegarle, un señor. Tenía edad para la selección menor y él me hacía jugar en la mayor. El 3 era Darío Puhl, notable defensor; estaba Andrés Mónaco de Chaves, jugaba en el aire, los Auzmendi”.
En la selección menor, el técnico era por entonces Vicente Lofiego. “Se llegó a conformar un equipazo -expresa-. Atajaba Sebastián Bocco, yo jugaba de cuatro, Nino Godoy de dos, de seis Balcedo que era un flaco alto de San Martín, también estaba el Pato Caprile, creo que tenía 14 años, agarró la camiseta 3 y ¡qué jugador!. Nosotros teníamos dos o tres años más, es mucha diferencia en esa edad. El volante Oscar Mansilla, Tabuyo que jugaba en Huracán y era un nueve terrible. Perdimos en cuartos de final con Necochea”.
Se mantuvo vinculado al fútbol mediante los torneos de veteranos, si bien la pandemia frenó la actividad. “Me ha tocado viajar y compartir grupo con Gustavo Guevara, una persona extraordinaria -elogia-. En un torneo, disputamos la final con Catamarca, que era un seleccionado profesional. Tres Arroyos representó a la Provincia”.
Padre e hijo están en “veredas diferentes”. Hacen esta apreciación y sonríen de manera espontánea. Es que Ernesto es hincha de Boca y Gustavo de River.
Los dos hermanos de Gustavo son mellizos: Javier y Walter. Muy conocidos porque practicaban atletismo. “Hicieron inferiores en Olimpo y en Colegiales. Uno era marcador derecho y otro marcador izquierdo. Dejaron para dedicarse al atletismo”, dice.
El fútbol pasa de generación en generación. Ahora quien es protagonista en este deporte es Dylan, nieto de Gustavo. “Estaba en la escuelita de Olimpo, en este momento por el Covid se interrumpió. Es zurdo y muy bueno”, asegura con orgullo.
Antes de la despedida, observa que “yo soy derecho nato, pero me adapté bien”. A su lado, su padre Ernesto reitera el valor de tener un muy buen mediocampo. “Es la clave”, afirma y vuelve a sonreír.
 
Grandes rivales
Con gratitud, Ernesto Barragán afirma que “tuve la suerte de jugar contra Ferro en cancha de El Nacional, nos ganó 2-1. En Huracán enfrentamos a River, que vino casi completo, perdimos 1 a 0. Otro gran rival fue Estudiantes, perdimos 5 a 1, hice el gol de tiro libre. Después se fue a jugar la Copa Libertadores”.

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