Quienes creen que el destino está escrito o que el Universo conspira cuando algo se desea desde el fondo del corazón, verán esa idea reforzada en la vida de Santiago Spirito (46). En 2002, comenzó a cursar arquitectura en la UBA y trabajaba en un restaurante de Belgrano para pagar sus estudios. Una noche, mientras viajaba de regreso a casa con un compañero y vecino de barrio, éste le mostró uno de sus esténciles y le propuso sumarse a las pintadas nocturnas. Aceptó sin jamás pensar lo que pasaría tras esa decisión.
“Salía a pintar de noche para divertirme y disfrutaba ver la reacción de la gente al otro día, porque lo hacía en mi barrio, San Telmo. Nunca imaginé que iba a terminar viviendo del arte. En realidad no sabía que estaba haciendo arte cuando empecé”, admite Cabaio, nombre artístico nacido de cómo su pequeña hija pronunciaba su apodo -“caballo”- y que estrenó cuando tuvo que firmar su primera obra para una exposición en el Palais de Glace.
Esas primeras intervenciones, recuerda, “estaban muy relacionadas a la invasión a Irak y eran una protesta contra los líderes de los Estados Unidos y Europa; otras eran personales y también había caras, no específicas de un personaje conocido, sino caras. Ya por esos años me gustaba unir dos imágenes y hacer una”.
“Nunca imaginé que iba a terminar viviendo del arte. En realidad no sabía que estaba haciendo arte cuando empecé”. Cabaio desarrolla un estilo elaborado símil al collage en el que trabaja en capas y la inclusión de imágenes minuciosamente seleccionadas.
A principios de mayo pasado, Santiago fue invitado por The Bushwick Collective (colectivo de artistas urbanos) de Bushwick, en Brooklyn, donde cada año se realiza un evento artístico que combina el graffiti, el arte callejero, la música y participa toda la comunidad artística y cultural de la zona. “Antes, la gente me veía pintando y me miraba como si fuera un vándalo o me corrían diciendo que no querían que pinte ahí; tuve problemas, incluso, con la policía. Hoy es diferente: me ven como un artista. El arte urbano definitivamente es más aceptado”, asegura.
De San Telmo a Nueva York
Para 2005, el arte urbano ya era parte de la vida de Santiago, que la repartía entre los estudios, el trabajo y los amigos. “Me quedé sin trabajo en el restaurante y sin ingresos por dos meses; como no tenía más que hacer que estudiar arquitectura, me quedaba mucho tiempo libre y salía a pintar solo. Ahí fue cuando me enganché bastante hasta que conseguí un nuevo trabajo, me mudé y salía a pintar por Colegiales”, recuerda de la que fue su rutina hasta 2007.
Poco después llegó una muestra en el Palais de Glace. “Esa muestra de arte urbano fue la que me dio un empujón muy grande porque, de alguna manera, valoró lo que todos estábamos haciendo”, asegura.
Su estilo, basado en esténcil, es de composiciones coloridas, repetición de figuras geométricas, utilización de elementos figurativos y caligrafía.
En 2008 con Nicolás, el amigo que me introdujo en este mundo, tuvo un gran empujón en su carrera. “Pintamos Tegui, el restaurante del chef Germán Martitegui. A partir de ahí empezaron a salir otros trabajos porque prácticamente pinte la pared completa”.
En 2011, con una familia formada, lo echaron de otro restaurante y volvió a quedarse sin ingresos fijos. “Terminaron haciéndome un favor porque entonces llegó una apertura total en mi vida. Mágicamente se me abrieron muchas puertas y empecé a trabajar de esto y no paré hasta hoy”, cuenta y recuerda la desesperación que vivó tras el despido porque “estaba muy preocupado por el futuro de mis hijos, pero hoy les agradezco porque me dieron ese espacio que necesitaba para hacer lo que me gusta y desde entonces mi vida cambió 180°”.
En 2014 cumplió el sueño de llegar a Nueva York y participó por primera vez de una exposición que ese año reflejaba la cultura urbana argentina. Allí conoció a quien maneja todo este colectivo al que volvió a unirse en 2018 y regresó con todos los honores en mayo pasado para dar vida a la exposición suspendida por la pandemia.
“Estar allí fue como vivir una película”, admite al contar el sueño cumplido cuando le tocó ser parte del grupo de artistas que llega cada año a Bushwick, uno de los barrios que más vuelo tomó en el ultimo tiempo. “Allí está el espacio de expresión de decenas de artistas urbanos, locales y extranjeros, por excelencia”.
Gracias a su arte, Santiago tuvo la posibilidad de vivir los últimos 10 años viajando, conociendo culturas y mostrando la propia. En todas, admite, ve lo mismo: “Las grandes ciudades esconden a sus minorías, desplazan a sus inmigrantes y la situación muchas veces se pone difícil, muchos viven con incertidumbre y un contexto de desprotección”.
Eso es lo que quise expresar en The Bushwick con mi trabajo. “Con este mural quise decir que las grandes ciudades tienden a esconder a las minorías, a los desplazados, a las personas trans, a los afrodescendientes, los sacan del centro y los dejan en las periferias; como si las quisieran esconder con distintas estrategias. Es lo que pienso y eso quise visualizar en mi obra”, explica sobre el mural de Brooklyn que mide 7 metros de ancho por 4,50 de alto y le llevó 7 días de trabajo.
Gracias a las amistades que hizo en Nueva York, escapando del circuito del arte mainstream y las galerías de las grandes ciudades, el artista argentino y padre de Francisca y Manuel reconoce que antes de intervenir el espacio público hay que conocer “la ley de la calle”.
“Cuando pinto una pared, puede pasar que otros artistas o cualquier persona haga un graffiti sobre mi obra. Ya pasó varias veces y da mucha pena, pero es lo que sucede”, admite.
Santiago intervino con su arte el estadio de Boca Juniors, el Centro Cultural Recoleta, restaurantes como Tegui, además de bares y espacios públicos de San Pablo, Salvador de Bahía, Barcelona, Valencia y Ciudad de México, entre otros.
Repasar su vida lo lleva a la risa, pero esa risa por no poder creer lo que él mismo creó. “Mi vida es una locura porque pienso en todo lo que pasé: lo lindo que fue muy lindo y lo feo muy feo; y a veces no lo creo. En la escuela me gustaba la materia Plástica, y aunque no tenía talento y me sentía feliz pintando, pero elegí estudiar arquitectura. Dejé antes de empezar quinto año. Y como dice ahora, visualizaba sin saberlo —se ríe—. Me veía entrado por la manga de los aviones y llegando a Nueva York y cuando lo hice, me reía por dentro con esa misma inocencia que cuando era niño mientras soñaba con viajar”.
Convencido en que algo “mágico” siempre lo acompaña, finaliza: “Creo que el secreto de la vida está en hacer lo que a uno le gusta, lo que uno lo hace feliz. Lo mío tiene que ver mucho con eso y con estar completamente involucrado con lo que hago. Pasa por ahí y por, sin dudas, una especie de energía positiva que constantemente me ayuda”.