Chacarita, el cementerio a 150 años de la epidemia de Fiebre Amarilla

En un siglo y medio, la necrópolis más grande de Latinoamérica, pasó de la gloria al ocaso; cambios culturales, vandalismo, influencers morbo y falta de mantenimiento
Se lo pensó como un cementerio provisorio, un campo abierto con pequeñas cruces de madera, tumbas individuales y fosas comunes donde se pudiera enterrar a cientos de cadáveres por día. Era abril de 1871. En la ciudad de Buenos Aires, la epidemia de la fiebre amarilla había llevado en pocos meses al colapso no solo de los hospitales sino también de los cementerios. A contrarreloj, mientras los féretros se acumulaban sin que hubiera lugar a donde llevarlos, la Comisión Popular de Salud Pública porteña inauguró un nuevo enterratorio a las afueras de la gran urbe, hoy Chacarita.

En el peor momento de la crisis sanitaria, llegaron a enterrar a más de 500 personas por día en esta nueva necrópolis, según Hernán Santiago Vizzari, historiador y autor del libro Cementerio de Chacarita. Los cuerpos eran transportados en un ferrocarril, conocido como “el tren de la muerte”, que se trasladaba sobre unas vías provisorias, creadas especialmente para acarrear los cadáveres. En total, en la Ciudad fallecieron 13.614 personas, sobre una población de 187.000, de acuerdo a cifras de la Asociación Médica Bonaerense.

Del caos al orden, del orden al caos

Del caos inicial, una vez superada la epidemia, llegó el orden y el planeamiento. El cementerio del Oeste, como se lo conocía en esa época, fue desarrollado arquitectónicamente por orden del entonces intendente municipal, Marcelo Torcuato de Alvear. El mismo también organizó la mudanza del cementerio -originalmente ubicado en el actual Parque Los Andes– a un terreno lindero más grande, donde había lugar de sobra para poder enfrentar una posible segunda epidemia de fiebre amarilla, que por suerte nunca sucedió. Sobre la entrada principal, se construyó un pórtico rosado de dimensiones colosales, que actualmente sigue siendo el ingreso principal al predio

Hoy, a 150 años de la fundación del cementerio, este pórtico es uno de los pocos edificios de la necrópolis que se mantiene en condiciones. El vandalismo y la falta de mantenimiento de los nichos, las bóvedas y de las galerías subterráneas, fenómenos que pueden evidenciarse a simple vista, han llegado a afectar de manera significativa las condiciones edilicias del cementerio.

En el extremo norte de la galería de nichos reposan, a la vista de todo el que pasa, los huesos de un fallecido que es imposible de identificar. Su anonimato se debe a que la placa de bronce con su nombre y el crucifijo, que solían estar incrustados en la tapa de mármol del nicho, fueron robados. El mármol, vandalizado, se rompió en pedazos, y dejó a la vista lo que debía permanecer oculto.

La imagen se repite a lo largo de todas las galerías y también en las 36 manzanas de bóvedas. Muchas de estas últimas, tienen las ventanas rotas y las puertas forcejeadas.

“Prendo inciensos para no sentir el olor”

En las galerías subterráneas la realidad es otra: la del abandono edilicio y el feo olor. “Llegás un día y se cayó un pedazo de techo”, comenta uno de los cuidadores de este edificio laberíntico. Con tan solo mirar para arriba, el problema se hace evidente: en algunas partes del techo, la caída de la capa de cemento deja al descubierto la estructura de hierro del edificio. Esto genera complicaciones, especialmente, en días como el de hoy. Como llovió hace menos de una semana, por estos agujeros se filtra el agua acumulada. En algunas áreas del edificio, estas filtraciones han llegado a pudrir las tapas de chapa de los nichos.

A ello se suma el mal olor. El cuidador entrevistado saca de un cajón de su escritorio, ubicado en un pasillo del edificio, un cilindro repleto de inciensos. “Los prendo para no sentir el olor. Hoy casi no se siente, pero hay días que es terrible. Cuando pasa un tiempo desde que trajeron un féretro nuevo a esta zona, se empieza a sentir muy fuerte -cuenta-. En verano, todos los hedores aumentan. Desde que usamos barbijo, es más soportable. A veces aprovecho y le pongo un perfume al mío”.

El problema del olor no siempre fue un problema en el edificio, destaca Vizzari. Cuando el mismo, llamado Gran Panteón, fue diseñado, a fines de los 50, se contempló un sistema de perfumación del edificio a través del sistema de ventilación, el cual funcionó durante años.

“Había sectores donde se prendían velones aromáticos, y ese perfume se transportaba por el sistema de ventilación a todo el edificio. Con los años, el mantenimiento de este método no fue como corresponde y su uso se fue perdiendo”, destaca el historiador.

El mantenimiento del edificio depende del gobierno de la Ciudad. Vizzari aclara que el estado de deterioro data de hace más de 20 años. Consultados por LA NACION, fuentes del gobierno porteño afirmaron que actualmente la Dirección General de Cementerios y la Dirección General de Arquitectura e Ingeniería de la Ciudad, están realizando un relevamiento para determinar qué obras son más urgentes dentro del predio de Chacarita, que cuenta con 96 hectáreas.

Además, agregan los voceros gubernamentales, se va a comenzar a aplicar un nuevo sistema de ingresos, con lectoras de patentes y DNI, para controlar la entrada y el tiempo de estadía de los visitantes y fortalecer el sistema de seguridad.

Más allá del vandalismo y la falta de mantenimiento por parte del gobierno, para Vizzari, una parte del deterioro, especialmente de las bóvedas, responde a un cambio cultural. “Desde hace unos 60 años, la gente empezó a desprenderse de la costumbre de ir a visitar el cementerio y mantener las bóvedas y los panteones familiares. Se fue perdiendo. También hubo otro cambio muy importante en las costumbres fúnebres: la cremación”, destaca el historiador. Según afirma, hasta mediados del siglo 20, la Iglesia consideraba que este método era una herejía. “Cuando la Iglesia empezó a ser más permisiva con la cremación, la gente empezó a hacerlo mucho más”, destaca.

Al cambio cultural, hace poco se sumaron los nuevos movimientos de “youtubers morbo”. “Se llaman Urbex. Algunos de ellos van al cementerio, se meten en las bóvedas, abren ataudes, filman los cadáveres y lo suben a Youtube. Junto con el vandalismo, estos chicos son un problema enorme para el cementerio”, destaca Vizzari.

Por: María Nöllmann

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