Un registro fotográfico de principios del siglo pasado permite conocer cómo se celebraba el Día de los Difuntos en ese entonces; desde locales de ropa de luto hasta fotógrafos post mortem
1918. Desde temprano, los carruajes se acumulan sobre la playa de estacionamiento del Cementerio de Chacarita. A pocos metros, una fila extensa de personas recién madrugadas espera, con ramos y arreglos florales en mano, a que se abran las rejas del pórtico rosado, el ingreso principal a la necrópolis.
Es 2 de noviembre, feriado por el Día de los Difuntos, y, al igual que todos los años, los servicios de transporte han duplicado la programación de las líneas que llevan a los cementerios de Recoleta, Flores y Chacarita. Entre las multitudes que ingresan y se dispersan dentro de los tres predios de bóvedas y panteones, se destacan las mujeres que visten un luto riguroso, con vestidos, guantes y sombreros negros.
“El 2 era un día muy especial. Todo el mundo pasaba la jornada entera en el cementerio. Era un acto de conmemoración y devoción hacia los familiares muertos”, explica Hernán Santiago Vizzari, historiador, experto en costumbres fúnebres y autor del libro Cementerio de Chacarita. En esa fecha, según registros de la época, los familiares pasaban el día limpiando bóvedas, repartiendo flores y orando. Solo salían de la necrópolis para almorzar en alguno de los gacebos que se colocaban a la salida. Permanecían en el predio, aproximadamente, hasta las 18, hora en la que el lugar recuperaba el silencio de los muertos.
Tal era la concurrencia general que hasta los delincuentes prófugos se acercaban a visitar los restos de sus familiares difuntos. Por esta razón, en una ocasión, la policía organizó un operativo en los cementerios porteños para capturar a varios fugitivos, de acuerdo a los archivos históricos de la revista Caras y Caretas. “A algunos los agarraron. Otros terminaron escapándose por el fondo de los cementerios”, detalla Vizzari, que fue declarado personalidad destacada de la cultura por el Congreso de la Nación en 2017. Estos operativos eran del estilo de los que se organizan en la actualidad durante los días de elecciones nacionales.
Toda una cultura fúnebre: desde locales de ropa de luto hasta fotógrafos post mortem
En la década del 20 del siglo pasado, la muerte no era un tabú, como lo es en la actualidad, afirma Vizzari. Para ese entonces, todavía existía en el país una fuerte industria vinculada a las costumbres fúnebres y funerarias. Había, incluso, locales de luto que vendían vestidos y trajes negros, muchos importados de Europa, principalmente de Inglaterra y Francia.
No solo tiendas: en esa época, existía en la Ciudad toda una “moda en el luto”. En las publicidades y panfletos que promocionaban distintos conjuntos de ropa para los familiares de los fallecidos, se pueden leer frases como: “Ofrecemos a nuestra distinguida clientela este elegante tapado-chal para primer luto de viuda, confeccionado en etamina de pura lana, por $55″.
Las mujeres podían llegar a pasar años utilizando este tipo de vestimenta luego del fallecimiento de su esposo o algún familiar cercano. Según la vestimenta que utilizaban, era posible distinguir en qué etapa del luto se encontraban. Si además de vestidos, salían a la calle con guantes y zapatos negros, se trataba de un “Luto riguroso, el que se utilizaba durante el primer año o año y medio. Después de ese lapso, se pasaba a un luto medio, donde las mujeres podían descubrirse las manos y utilizar accesorios blancos o violetas. Al tercer año, ya podían vestirse normal, explica Vizzari. Los hombres, en cambio, utilizaban una cinta negra en el brazo para demostrar que estaban de luto, pero solo durante los primeros meses después del fallecimiento de su familiar.
Las fotografías post mortem, una costumbre victoriana de 1880, llegaron al país a inicios del 1900, y pasaron a formar parte de los servicios fúnebres, según afirma Vizzari. “La idea era dejar una imagen del fallecido. En esa época, no te sacabas una selfie cada cinco minutos. Por ahí, moría un bebé o moría un chico y no tenían la suerte de haberle sacado una foto en vida. Lo ponían en un lugar en el que pareciera que estuviera descansando y ahí lo fotografiaban”, cuenta el investigador. También se hacía, pero con menos frecuencia, con los fallecidos adultos.
“En esa época, la muerte no era un tabú. Había costumbres que era casi sagrado cumplir. Después, con los años, la muerte se empezó a tratar como algo de lo que no se puede hablar, especialmente en Capital y en parte de la provincia de Buenos Aires.
De las costumbres sagradas a la profanación
Según argumenta el doctor en antropología social Pablo Mardones en uno de sus papers académicos, en las grandes ciudades de los países latinoamericanos con una identidad estado-nacional considerada “no-india”, como es el caso de la Argentina, se evidencia desde mediados del siglo XX un constante declive del festejo del Día de los Difuntos.
En la actualidad, en la ciudad de Buenos Aires, son pocas las personas que visitan los cementerios con fines de honrar a sus seres queridos fallecidos en el Día de los Difuntos. En paralelo, afirma Vizzari, son cada vez más los grupos de jóvenes y adolescentes que frecuentan las necrópolis con fines de entretenimiento.
“Son youtubers morbo. Se llaman Urbex. Algunos de ellos van al cementerio, se meten en las bóvedas, abren ataúdes, filman los cadáveres y lo suben a sus redes. Estos chicos son un problema enorme para el cementerio”, destaca Vizzari.
A ellos se suma el vandalismo constante que contribuye al deterioro por abandono de las bóvedas y nichos. Hace poco más de dos meses, la policía detuvo a una banda que intentaba llevarse 50 kilos de cruces y placas de metal. Sin embargo, la mayoría de las veces, los saqueos ocurren sin intervención policial, razón por la que la mayoría de los nichos terráneos de esta necrópolis perdieron sus placas y cruces de bronce.