Ahora vive en el barrio, y es la legisladora más joven de Latinoamérica

A veces son los ataques personales, de una crudeza insólita. Otras veces son las situaciones absurdas, como cuando un vecino de escaño la saludó acariciándole la cabeza.

—No soy un perrito —le dijo Ofelia Fernández.

“Encuentra a tu Daenerys”, se repite a sí misma en esos casos. Para calmarse. Para no estallar.

Los personajes de Juego de tronos, como las figuras del pop coreano que decoran su apartamento, son elementos corrientes en el mobiliario mental de una chica de 20 años.

Resulta menos corriente que una chica de 20 años ocupe un escaño desde los 19 (fue y sigue siendo la legisladora más joven de Latinoamérica) y que esa chica suscite tanto furor, tanto entusiasmo, tanto odio.

Ofelia Fernández nació el 14 de abril de 2000, hija de un músico y de una empleada en una casa de cambio de divisas. Fue una buena alumna: hace falta serlo para ocupar una plaza en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, que junto al Colegio Nacional de Buenos Aires educan a las futuras élites argentinas. También fue una alumna rebelde, muy rebelde. A los 15 años había dirigido la ocupación de numerosos centros educativos. A los 16 fue elegida presidenta del Centro de Estudiantes del Pellegrini, al frente de una lista cuyo nombre dejaba pocas dudas: “El estallido”.

Pero esta mujer, capaz de electrizar a sus compañeros, tuvo que tragarse sus miedos. “Jamás estuve tan nerviosa como en una asamblea de toma en 2015 [se decidía si se ocupaba un centro]. Yo tenía 14 años y nunca había hablado ante tanta gente, 300 o 400 personas. Lo pasé muy mal y no lo hice bien. Aun así, me felicitaron”.

La capacidad de liderazgo y la militancia son de siempre. “Sobreexigencia y ansiedad”, dice. “Vorágine”. Sus padres eran relativamente indiferentes a la política. Sus abuelos maternos, en cambio, fueron miembros de la Guardia de Hierro, la formación clandestina que mantuvo vivo el peronismo durante los largos años de prohibición. Aquel era un peronismo conservador. El suyo es lo contrario. A los 14 ya pululaba en el complejo universo de los movimientos sociales argentinos, cuya figura carismática es el abogado Juan Grabois. La izquierda de la izquierda. El terror de la Argentina conservadora.

“Tenía un programa de radio con mis compañeros de escuela y militancia, y llamamos a Grabois para entrevistarle”. Hablaron sobre la “revolución de las hijas”, un movimiento articulado en torno al feminismo y la lucha por la legalización del aborto. El nombre salió de una frase de la periodista y activista Luciana Peker: “No voy a parar hasta que mi hija tenga los mismos derechos que mi hijo”. Tras la entrevista, Grabois habló con ella.

—Vos sos hija de la revolución de las hijas. Sería bueno que os representarais ya vosotras mismas.

Ofelia Fernández no comprendió al principio. Grabois le ofrecía el respaldo de su movimiento, el Frente Patria Grande, para ocupar un puesto en la lista del peronismo bonaerense. Ella aceptó. Como de costumbre, el peronismo perdió las elecciones para la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero Fernández resultó elegida. Acudió a la toma de posesión teñida de rubio y con un vestido rojo escotado. “Juro por mi generación y por toda América Latina”, dijo.

Para entonces, su vida académica se había desordenado por completo. Al terminar en el Pellegrini se inscribió en Sociología, pero poco después comenzó la campaña para la legalización del aborto. “Había que recorrer el país de un lado a otro y no había tiempo para todo”. Abandonó los estudios y se lanzó a la batalla. El Senado, en agosto de 2018, rechazó la legalización.

En diciembre de 2019 Ofelia tomaba posesión de su escaño. En marzo de 2020 los argentinos fueron confinados por la pandemia. El trabajo parlamentario se hizo telemático. “Muy frustrante”. Por entonces, la legisladora más joven del continente vivía con su madre. Aprovechó el encierro para matricularse en Derecho. “Me levantaba a las 8.00, hacía trabajo político de 9.00 a 18.00 y a las 19.00 empezaba las clases hasta las 23.00. No quedaba tiempo para leer, solo quería dormir”.

Fueron meses duros. Su madre perdió el empleo y se fue a vivir con un hermano. Ahora vive sola, en el barrio de Colegiales, y vuelve a utilizar su despacho en la Legislatura. Varios de sus colaboradores son “amigos del Pellegrini”, jóvenes como ella. A la entrevista y la sesión fotográfica asisten Fran, su amiga de toda la vida, y Desi, que diseña ropa. “Me ayudan a elegir mi look”, explica. Cuando habla con ellas, la voz de Ofelia Fernández es suave y casi infantil. Cuando habla con el periodista agrava el tono (uno cierra los ojos y escucha a una mujer de mediana edad) y engrana un vocabulario trufado con los giros adquiridos en la militancia: “Conflictuar”, “en términos de”, “construir compromiso”.

Durante este tiempo se ha ocupado de cosas como controlar la aplicación de los protocolos sanitarios en los barrios populares o la distribución de canastas de alimentos. Con una ventaja y un inconveniente: en una Legislatura cuyos miembros apenas conoce nadie. Ella es la única celebridad.

“Voy a un restaurante, cualquier bodegón aleatorio; me sacan una foto y la cuelgan en Twitter diciendo que estoy en el restaurante más caro de Argentina. Twitter me gusta, podría ser mi red favorita porque ofrece una buena síntesis de lo cotidiano, pero cada vez que lo abro leo cosas horrorosas sobre mí. Sé que esto ocurre por mi edad, por mi carácter y por mi proyecto político”.

Ocurre por eso, pero no solamente por eso. Hay otro factor.

Eduardo Feinmann, un periodista televisivo muy conservador y altamente polémico, la eligió como “bestia negra” desde su época como dirigente estudiantil. Según Feinmann, encarna lo más negativo de Argentina. La insulta casi siempre. Otras veces, como cuando ella criticó el nombramiento de un notorio misógino para un cargo en el Ministerio de Seguridad de Buenos Aires, la ensalza: “La aplaudo de pie, señora legisladora”. En cualquier caso, tanto cuando chocan en televisión como cuando lo hacen en las redes, hay audiencia.

Para ella es bastante cansado. “Tiendo a la explosión, pero cuando me subestiman prefiero ir al plano de las ideas, recurrir a la ironía y usar un punto de provocación”. Aquello de encontrar a su Daenerys interior.

El teatro, en el que comenzó a los nueve años, le ayuda a dominar el miedo y la ira. Y le sirve para transmitir: “El camino de las ideas es repetitivo. Gracias al teatro puedo decir por centésima vez una cosa y decirla con emoción”.

Ofelia Fernández no se siente muy cómoda dentro de la coalición que respalda al presidente Alberto Fernández. “No lo estoy, pero sabía que no iba a estarlo”. En diciembre se legalizó por fin el aborto en Argentina y se ha establecido un impuesto sobre las grandes fortunas. Eso le parece satisfactorio. Otras cosas no. “Sé que aún no se dan las condiciones de fuerza para sacar adelante una agenda ambientalista y popular, con reconocimiento de los trabajadores de la tierra y los cartoneros, con una reforma judicial feminista y un sistema integral de cuidados. Asumo las decepciones”.

A veces piensa en volver a hacer teatro, como terapia: “Para pasar una hora haciendo otras cosas”. Pero se ha convertido en la célebre parlamentaria más joven, en un icono de la izquierda. Y ocurre algo curioso: “Ahora me da un poco de vergüenza”.

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